"En realidad, la familia Menna estaba pensando mudarse toda a Córdoba. Se vinieron al año siguiente, y en barrio Güemes se instalaron con la sastrería. Y se trajeron hasta el perro que en Tres Arroyos Mingo había bautizado Trotsky. Claro, en Tres Arroyos no había mucho problema para llamar así a un perrito por la calle, porque seguramente nadie sabría qué cosa era ese vocablo. Pero en Córdoba, el nombre de Trotsky sin duda era conocido hasta por los canasy era muy deschavante. Por eso, cuando Mingo lo sacaba a pasear, contaba que le decía troky. Cuando en el ‘69 se mudaron a barrio San Martín, en lacalle Colombres, a dos cuadras de la cárcel penitenciaria, creo que el perro ya no estaba. Cuando muchos años después, la escritora cubana Rosa Elvira Peláez escuchó esta anécdota, escribió un cuento: “El perro que perdió una letra”.
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