No conozco al señor del que se informa es ¿docente? pero sí conocí personalmente al agraviado post-mortem, el entrañable José Luis Boscarol, a quien amigos, compañeros y colegas apodábamos cariñosamente como "el Chanchón". Tuve la suerte de compartir la graduación como médicos con él en abril de 1972 y ser colega de él en el Hospital Rawson de Enfermedades Infecciosas de Córdoba y en el dispensario de la villa del Bajo Pueyrredón. Hombre íntegro, estudioso, bonachón y siempre con una broma en sus charlas con pacientes y colegas, comprometido en aportar sus conocimientos científicos a favor del sufriente, con especial énfasis en los más vulnerables y perjudicados en su salud, como resultado de pésimas condiciones de vida y de trabajo. Un trabajador de las ciencias dedicado en su práctica profesional al servicio de los más necesitados. Un ser humano comprometido con su pueblo y ajeno a toda mezquindad, que fue capaz de entregar horas de su vida a la atención médica, aún sin recibir retribución salarial como todo profesional lo amerita. Para resumir en pocas palabras claras y rotundas: atendía gratis en un dispensario barrial y en un hospital público y después veía cómo se las rebuscaba. El Chanchón Boscarol fue uno más de los que comprendió que, además de su profesión, debía asumir un compromiso político para modificar de raíz la cruel realidad social y sanitaria que laceraba a millones de compatriotas. Asumió el compromiso por los de su clase trabajadora y asumió el desafío de sumarse, como tantos cientos de miles, a la insurgencia que por aquellos años florecía por nuestras tierras irredentas. Precisamente, asumió el compromisio por la redención social. Las opciones políticas siempre son debatibles, pero los compromisos humanos y sociales están fuera de discusión.
En ese compromiso, la muerte lo sorprendió cuando el vehículo en que transitaba fue objeto de un intento de detención por parte de fuerzas represivas que abrieron fuego contra él y otra persona que lo acompañaba. Semejante situación no es un "accidente vial". Fue uno más de una serie de crímenes sobre cuyas responsabilidades y culpabilidades, ya hay numerosas pruebas y sentencias judiciales y una voluminosa literatura histórica documental y testimonial.
Leer - y escuchar - que hay personas capaces de enlodar a los muertos y agraviar a sus familiares sobrevivientes de un genocidio, no sorprende. Pero no calma nuestra indignación. El genocidio no lo cometieron solamente los ejecutores materiales sino también, los predicadores al estilo de este ¿docente? Cuando escuchamos que una persona así es capaz de cuestionar una cifra de desaparecidos y cambiarla por otra cifra - ¡como si el número de víctimas fuese menor atenuaría la criminalidad de los terroristas al mando del Estado! - vemos que estamos frente a un apologista del genocidio. Semejantes "docentes" son de la misma estirpe de los que, cuando era niño y adolescente, pretendían hacernos creer que los pueblos originarios "desaparecieron" sin saberse por qué. Son los mismos que levantaron monumentos y bautizaron pueblos, ciudades, plazas y calles con los nombres de los perpetradores del genocidio del siglo XIX.
No extraña entonces - ¡pero sí alarma muchísimo! - que un ¿docente? en pleno siglo XXI tenga la desvergüenza y se ufane de hacer la apología del genocidio del siglo XX que asoló nuestra Argentina irredenta. Y que lo haga ante familiares y compañeros de una de las víctimas, es una prueba más de las consecuencias de una impunidad que apenas empieza a resolverse en estrados judiciales. El apologista del genocidio se atreve de calificar de "prófuga" a una persona que, como la esposa del Chanchón, se resguarda de otra muerte segura. El apologista del genocidio utiliza la jerga burocrático-militar tratando de reproducir culturalmente el lenguaje oprobioso del terrorismo nazifascista. Terrorismo de lenguaje, terrorismo en la acción, para reproducir un sistema de opresión y explotación, expresiones del odio hacia quienes como Boscarol, se atrevieron a desafiar su dominio inhumano. Y siguen predicando para infundir desasosiego y temor. Mienten y dicen que los que mienten son los otros. Aterrorizan y dicen que los terroristas son otros. Como el vulgar delincuente que grita "¡al ladrón!" mientras él delinque ante la distracción de los demás.
No estamos distraídos señor apologista de los crímenes del terrorismo de Estado. Alguien se ocupará de que estos apologistas del genocidio sean enjuiciados cómo y dónde corresponda a los efectos legales. Pero nadie evitará que nuestras voces se alcen en su repudio moral, político e histórico, nuestra solidaridad con los familiares se manifieste con cariño y nuestro renovado homenaje a José Luis Boscarol, ejemplo de dignidad y compromiso humano con su pueblo, se multiplique. Algún día, un hospital o un centro de salud llevará su nombre, como parte de la recuperación de nuestra Memoria Histórica.
Abel Bohoslavsky
compañero, amigo y colega del Chanchón
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